Nocturnidad
espolvoreada de fino estroncio,
enervado el corazón,
arde.
90 irradiando la sin luz,
la sin sonido,
la que me devuelve a niño,
la que a bondad llega,
y arroba.
Se pone sus mejores luces,
recibe,
me toma de la mano,
conduce,
asoma, el otro lado de la sombra.
Aprendo a incrustar en el aire,
los 11 símbolos octales,
que me bifurcan de la desventura.
Me enjuaga,
-cobija-,
me pacifica.
Centurias después,
voy devuelta a mis soles,
con un regalo en la mano izquierda,
un amuleto con un fragmento de ónix
y el vaho de un cuervo fenecido.
Doy gracias por esta obsidiana armonía.
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